Caracas

jueves, diciembre 15, 2005

El Sambil: un tótem urbano

Caracas ha borrado sistemáticamente sus referentes históricos, en aras de la modernidad, los viejos edificios fueron derribados. Entre humo y concreto se olvidó la plaza Bolívar y el centro comercial reina como el espacio público por excelencia Una masa de 250 mil metros cuadrados de cemento, hierro, vidrio y metal se erige incólume entre la Avenida Libertador y la Autopista del Este como verdadero símbolo de la caraqueñeidad. Desde su inauguración el 27 de marzo de 1998, el Centro Comercial Sambil —el mall más grande de Latinoamérica— se ha convertido en el principal centro de esparcimiento de la ciudad capital. El Sambil se explaya sobre 49 mil metros cuadrados, y está conformado por cinco niveles, denominados en orden ascendente: Autopista, Acuario, Libertador, Feria y Diversión. En ellos conviven 500 locales comerciales, distribuidos a lo largo de los 6 kilómetros de recorrido que suman los pasillos en forma de “m” de la extensa infraestructura. De la totalidad de visitantes, los más asiduos son jóvenes entre 18 y 24 años de las clases A y B, quienes suelen pasar entre una y dos horas dentro del mall, y conforme a la Encuesta de Consumo Cultural 2004 realizada por la Fundación para la Cultura Urbana, ha convertido en la “salida al cine” y al “fast food” en la actividad recreativa por excelencia. Opciones ampliamente cubiertas por la oferta de las onces salas de cine que suman 1.400 puestos disponibles, y los ocho restaurantes de comida rápida que se ubican en el cuarto piso de este centro comercial, explican el promedio de treinta mil visitas por día. El promedio de consumo por visita alcanzó para 2004 los 33 mil bolívares, cantidad sustancialmente menor a los 34 mil bolívares que se gastaban en 2003 si se toma en cuenta la inflación. No obstante, el Sambil parece seguir siendo el sitio preferido por los caraqueños, quienes, aun cuando sólo van de visita, gastan 19 mil bolívares en servicios o comestibles. Para Arnold Moreno, presidente de Cavececo, “es muy difícil que algún centro comercial logre compararse con el Sambil, lo que se ha logrado allí ha marcado un estándar muy difícil de superar”.

http://caracasimaginada.blogspot.com/2005/12/guettos-urbanos.html

Guettos urbanos

La Encuesta de Consumo Cultural llevada a cabo por el sociólogo Tulio Hernández en 2004 arroja que la actividad predilecta de los caraqueños es la “salida al cine”. Entre las causas que explican la predilección de los espacios cerrados en una ciudad cuyo clima permite cualquier clase de actividades al aire libre, se encuentran la inseguridad y la desaparición o deterioro de las plazas públicas, otrora el sitio preferido de encuentro.

La Caracas de antaño se caracterizó por sus ventanales y la costumbre de las señoritas de sentarse en el balcón, ritual que iba acompañado de una serie de complejas normas orientadas a preservar “la moral y las buenas costumbres”. Los paseos por la plaza o el mercado eran las más ricas actividades de interacción social, los roles y estatus se desplegaban en todo su esplendor, se expresaban mediante los modos de vestir y de hablar.

Hoy en día, la plaza es sinónimo de violencia y los intercambios que tienen lugar no son miradas y saludos corteses, sino contrabando de drogas y armas. Sitiada la ciudad, la población fue obligada a resguardarse en el centro comercial o en la intimidad del hogar, hecho este que sumado al predominio del american way of life multiplicó los malls, erigidos en cómodos ghettos de los cuales parece imposible escapar.

jueves, diciembre 01, 2005

El gran demoledor

Mirar es una necesidad. Descubrir el espacio y dotarlo de sentido es una tarea esencial. Hoy miro, pero el sentido comienza a deslizarse hacia el abismo y no logro dar con él. La ciudad vestida de diciembre luce sus mejores galas. Seducida irremediablemente trato de acercarme. Un hilo descose sus faldas y al halarlo la fantasía se desvanece: Caracas no lleva su mejor atuendo, está atrapada en su mortaja. Se está cayendo a pedazos, silente, sin que nadie intente deterner lo que parece ser un destino inevitable.

Alguna vez Cabrujas se enorgulleció de pertenecer a una "ciudad de demoledores", que se reinventaba a sí misma con lujosas edificaciones que barrían la Historia como si fuese un estorbo. Durante el auge del boom petrolero, las nubes de nuestra urbe eran de cal y cemento, no de vapor espeso. Hoy seguimos deconstruyendo, solamente cambiamos los métodos: ya no es el hierro que golpea, nuestra indeferencia es el gran demoledor.