Caracas es una ciudad pensada para los autos, no para la gente. La velocidad de desplazamiento priva sobre el espacio público. De ello cabría suponer que los llamados "corredores viales" son eficientísimas vías de comunicación que permiten atravesar la ciudad a ritmo industrial, es decir, en un período mínimo de tiempo. Sin embargo, esa no es la realidad con la que día a día miles de conductores tienen que lidiar. La densidad de población y no la breve extensión geográfica del valle, que acurruca a los conglomerados urbanos, es la causa de que cada vez más sintamos nuestro espacio reducido, invadido por una voraz multiplicación de automóviles y de personas. Las soluciones al problema han ido desde las más descabelladas que imaginan segundos pisos en la autopistas, modernos monorrieles hacia las llamadas ciudades satélites; hasta las pragmáticas y peor recibidas como el
Plan pico y placa —diseñado para controlar de acuerdo con el número de matrícula de los vehículos el flujo aumotor por la siempre congestionada autopista de Prados del Este—. En este punto, cabe preguntarse si la falta de soluciones por parte del gobierno local obedece a una deliberada desidia o si la cola (como se llama en Venezuela a los atascamientos) se ha convertido en parte de nuestra identidad.
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